Bitácora del Internetófilo. Día 24

Nos hemos despertado a una hora razonable e, inmediatamente, nos hemos empezado a preparar para nuestra visita a Sealand. Hemos recogido la habitación y, mientras Laura se terminaba de preparar yo he calculado que las probabilidades de que volviese al motel donde hemos pasado la noche eran nulas, de modo que les he vaciado el mini-bar. Hemos salido, debido a mi pequeña incursión, justo después de que pasase el servicio de habitaciones, alegando que el baño debía airearse (que no era mentira, después de la ducha de Laura la cantidad de vapor que había hacía que pareciese un decorado de peli de serie B)
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Libertad

Cuando los aviones de la OTAN arrasaron la ciudad, Khaled supo que estaba todo perdido. Se asomó al balcón de la mansión que le servía de refugio, y dedicó unos minutos a contemplar lo que quedaba de su hogar. Habían resistido durante semanas. Pero todo había sido en vano. Apenas quedaban edificios en pie, y la ciudad entera era un cementerio de escombros humeantes. No se oía absolutamente nada además del soplar del viento. El sol estaba en su punto más alto.
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Pipo

El día que Pipo, el perro de Marta, me mordió, marcó el cambio más grande que he sufrido en mi vida. Parece una tontería, pero es así. Me mordió en la pierna y, el muy animal, me arrancó un trozo de carne, no lo suficientemente grande como para impedirme andar, pero sí para evitar que volviese a correr y chutar.

Mi hermana, eterna budista, me dijo que, posiblemente, era por el karma. Me aseguró que debía haber hecho algo a alguien y que ésa fue la manera del universo de devolverme la jugada. A mi hermana no se le daba (ni se le da) bien animar a la gente.
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El Líder Parte 4

La máscara está encima de la mesa donde la he dejado al desconectar la cámara. Sus ojos vacíos me miran sin juzgarme. Nadie lo ha hecho nunca. Siempre pensaban que no había hecho daño a nadie, que no había roto un plato en la vida. Eso, en cierto modo, es cierto. Nunca rompí un plato. El trajeado se me acerca. Antes de que diga nada le pido, no, le ordeno, que se calle. Sorprendentemente me hace caso. Si le hubiese visto la cara habría visto como abría la boca y luego la cerraba. Su máscara me lo ha impedido. Seguir leyendo «El Líder Parte 4»

CARBELEÑO

Cuando volví a Carbel aquel año, pocas cosas habían cambiado. La tía María seguía con su huerto y su pozo, el kioskero de la plaza seguía vendiendo «La Marmota» y las misas se de los domingos por la tarde se sucedían de semana en semana.
El problema era que yo había crecido. Pasé toda mi infancia en la capital, y sólo en los veranos iba a Carbel a ver a toda la familia. Y yo tenía otra visión del mundo: conocía las carreteras comarcales, había vivido en otras ciudades del país, había ido al extranjero, sabía idiomas, conocía otras opiniones… y en Carbel todo seguía igual: la valla del señor Roberto estaba igual de rota, mis primos seguían yendo de excursión al caño del colmenero, se seguía hablando el dialecto de allí y seguían empeñados en que Carbel era el mejor pueblo del mundo.

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Diario del cosmonauta. Tercer documento

Es la sexta vez (y última según el horario) que me despierto en la nave. Hay algo que no me gusta. Normalmente no suelo despertarme con las alarmas berreando. Miro el horario. Me han sacado de la animación con cinco minutos de antelación. Un fallo, y, a juzgar por la alarma, es grave. Mucho. Veo si puedo moverme con normalidad. Más o menos. Abro la puerta de la manera más violenta posible (es corrediza, así que es complicado). Mi compañera, María, está en una esquina, muerta de miedo. Me acerco a ella, tambaleándome (Aún no estoy completamente despierto).
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