Vigilancia, epílogo

–¿Qué tal? –murmuró Suzette mientras yo me ponía el pijama y me sentaba a su lado.

–Cansado. Muy cansado.

–¿Qué has hecho?

–¿Te acuerdas de lo de los Estibadores que me comentaste? –contesté.

–Sí. Lo has parado.

–Más o menos. Por alguna razón, el contenedor donde me dijeron que estaba la gente estaba vacío. Alguien había forzado el candado.

–Vaya sorpresa. ¿Lo forzaron con un revólver? –sonrió incorporándose un poco.

–Sí. Muy curioso, ¿a que sí? También, El Loa me ha llamado. Parece muy contento con haber “parado un poco la trata de blancas”, como si yo le hubiese ayudado.

–¿En serio? ¿Cómo es que la ha parado un poco?

–Las personas parecieron saber que él las ayudaría. Es muy raro todo el caso.

–¿Las va a mandar a su país de vuelta?

–Puede. A lo mejor las ayuda a nacionalizarse. Ya sabes que es un hombre impredecible.

–Has hecho lo correcto –sonrió mi pareja–. No lo legal, pero lo correcto.

–¿Yo? Yo solo te he comprado una taza para el desayuno. Me ha costado mucho encontrarla, por eso he llegado tan tarde –contesté, cogiéndola y dándosela a mi pareja.

–Muchas gracias.

–De nada, cariño.

–¿Estás… mejor, supongo? –preguntó tímidamente.

Suspiré profundamente.

–Supongo. Lo que me importa ahora es asegurarme de que tú mejores. Perdona que no haya podido, no sé, estar contigo. No… podía.

–Lo sé. No es fácil.

–No. No lo es –contesté, colgando la cabeza.

Suzette me abrazó y me dio un beso en la coronilla.

–Tómate mañana libre –susurré.

–Vale –contestó ella mientras yo la abrazaba.

–Te quiero.

–Yo también.

Deja un comentario

Este sitio utiliza Akismet para reducir el spam. Conoce cómo se procesan los datos de tus comentarios.