Cuando cerró la puerta de su Skyline azul eléctrico, se cerró también el mundo a su alrededor. Ahora sólo existían tres cosas de las que preocuparse: su coche, el de su oponente, y media milla que los separaba de la meta.
Ya no podía oír los gritos de ánimo de los más de doscientos espectadores que aguardaban a lo largo de la pista. Las calles contiguas estaban cortadas. No había ningún obstáculo a superar salvo el asfalto.
Una mujer se situó entre ambos coches. Su contrincante conducía un RX-7 completamente modificado, de color rojo iridiscente. El premio eran 1000 dólares, pero sólo importaba la victoria. Se concentró en apartar de su mente todos los problemas. Estaba en blanco. Vacío.
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