Vigilancia, parte 20

Sammy anduvo por la calle durante unos metros hasta llegar a un callejón oscuro, donde giró.

Me había fijado antes, al llegar al bareto.

Lo que no había sabido era que la farola que se suponía tenía que iluminarlo estaba rota.

Así pues, no se veía prácticamente nada.

Yo sabía exactamente lo que estaba pasando.

Él sabía que yo lo sabía.

Lo que Sammy no sabía era que yo iba armado.

Puede que el llevase una navaja o una porra extensible, pero no podría hacerme nada con eso.

Sin embargo, yo tenía un arma de fuego mágica.

Se iba a cagar por la pata baja cuando yo le sonriese.

Me desabroché los botones de la gabardina y de la chaqueta, dejando solo el chaleco y la camisa cerrados. Así podría coger el Auto inmediatamente y sorprender no tan gratamente a ese desgraciado.

Al entrar al callejón, pisé una ampolla de cristal o algo parecido. ¿Quizás una jeringuilla abandonada?

A saber. Mis zapatos habían pisado cosas mucho peores.

De pronto, me encontré contra la pared, con un brazo presionándome la garganta y un filo peligrosamente cerca de mi ojo izquierdo.

–¿Quién coño eres? ¿El que mató a Karl? ¿Eh? ¡Eh! –siseó Sammy, temblando de la ira.

–No –contesté lo mejor que pude al tiempo que le atestaba un certero rodillazo en la entrepierna a mi agresor.

Sammy se dobló sobre sí mismo de una manera especialmente satisfactoria.

–Sabes perfectamente quién le mató, eso sí –continué, ajustándome el cuello de la camisa con la mano derecha y desenfundando el Auto con la izquierda.

–¡Tú! –gimió el delincuente–. Steve te veía todos los putos días en el bar. Me lo dijo. Le mataste tú. No tengo ni puta idea de por qué, pero fuiste tú.

–¿Y la paliza que le dieron tus amigos el otro día, cuando salió del Berry? ¿Eso no cuenta? –mascullé, enseñándole el interior de mi Auto al macarra.

–¿Qu… qué?

–¿No te diste cuenta? Yo estaba siguiendo a Karl para asegurarme de que no le pasase nada. Me tuve que ir antes de tiempo, pero vi a tus amigotes esperando a la salida. Intentaron sacudirme, pero les disuadí. Para cuando me marché, estaban volviendo a la zona de la discoteca. No hace falta ser un genio para darte cuenta de que le pegaron una paliza y le mataron.

–No. Ellos no hicieron eso.

–¡Vi el puto cadáver de Karl en su bañera! ¡Esos moratones no aparecieron motu proprio sobre su cuerpo! ¡Encima tú has preguntado si estaba muerto o no! ¡Ellos te han dicho que sí! Asco me dais.

–A ver, joder, son unos salvajes y no les gustan los bujarras…

Amartillé.

“Sonrisas” tragó saliva y continuó.

–… pero no… no matarían a nadie, ¿no? –terminó Sammy, mirándome a los ojos, dejándose ver como lo que era de verdad: un juguete roto.

–¿Entonces a quién han matado?

–A un bocazas que iba a chivarse –explicó Sammy, intentando alcanzar su navaja.

Disparé y la navaja se volatilizó con un estruendo. Bueno, en realidad salió volando y se clavó en un contenedor de basura.

–¿Chivarse de qué?

–De lo que Matt y Alejandro querían hacer.

–Estás siendo obtuso a propósito y no me hace ninguna gracia. ¿Qué tal si te llevo a mi oficina y me cuentas todo?

–¡Que te jodan! –intentó el chico, haciendo acopio de toda su bravuconería.

–¿En serio quieres enfrentarte a mí? ¿Quieres pelearte conmigo de verdad? –pregunté, amartillando de nuevo mi Auto.

El chico me miró a los ojos, intentando resultar desafiante. Fracasó estrepitosamente.

–No –susurró.

–Venga, vamos. Ya puedes ir contándome qué quieren hacer tus amigos esta noche. ¡En pie!

El chico pensó en si debiera o no levantarse.

Una acertada patada a sus riñones hizo que se incorporarse de un brinco.

–¡Vale, vale! ¡Ya me levanto, joder!

Enfundé el Auto y cogí al chico por el hombro, guiándolo por las calles hasta llegar a mi Charger.

–Venga, adentro. No tardaremos demasiado en llegar a mi oficina.

Quemé rueda. A mitad de trayecto, Sammy intentó tomar control del vehículo.

Pisé el freno de golpe.

Yo me lo esperaba. Él no tanto.

–Joder –tosió.

–Sí, no es buena idea intentar pelearte conmigo, idiota. Venga, que ya casi hemos llegado –mascullé.

Estaba pensando.

Él no tenía la culpa de lo que le había pasado a Karl.

Pero eso no le hacía inocente.

¿No?

Le di un empujón en cuanto salió del coche y le hice subir las escaleras hasta mi oficina. Unos años atrás, había hecho las veces de residencia para mí, pero desde que Suzette y yo vivíamos juntos, solo usaba esa cama cuando no me quedaba otra. Normalmente, cuando mi pareja estaba fuera de la ciudad y yo no me veía capaz de estar a solas en nuestro piso.

Abrí la puerta con una mano, mientras, con la otra, sujetaba a Sammy por el cuello de la camiseta.

–¡Adentro! –dije, empujándole de nuevo–. ¡Ve a esa a habitación!

El joven acató.

–Siéntate en la cama –continué.

Abrí el cajón de mi mesa y saqué unas esposas.

–¿Me vas a esposar?

–Obviamente. No quiero que avises a nadie. No te preocupes. Esta noche volveré a por ti y te llevaré a la policía. Si eres bueno, les diré que solo por tráfico de clavos y no por lo que sea que van a hacer tus amigos –contesté, quitándome la chaqueta, dejando el Auto sobre mi mesa y arremangándome la camisa.

–¿Por qué debiera confiar en ti?

–Es verdad, no tienes por qué hacerlo –dije, crujiéndome los nudillos y el cuello–. Pero si eres sabio, entenderás que lo más razonable es colaborar conmigo. Después de todo, tengo contactos en la policía y puedo ayudarte de verdad. Tú eliges –terminé, sonriendo ampliamente.

Podía ser un tío pequeñito, pero eso da igual cuando controlas la situación.

Me puse delante de Sammy.

–¿Necesitas un poco más de tiempo para pensar? –sonreí.

–No.

–Perfecto. Canta. Deléitame con tu voz –contesté, cogiendo un taburete y sentándome delante de él.

–A ver, Matt y Tim son Estibadores, ¿sabes? Pues, bueno, Matt conoció a Alejandro hace dos meses o así. Se hicieron amigos mientras bebían y, al cabo de unas semanas, empezaron a hablar de lo que hacía cada uno. Alejandro le comentó que él trafica con clavos. Es una operación de poca monta. Le da igual a El Loa, incluso. Matt, bueno, siendo un Estibador, tiene que operar dentro de las normas que El Loa ordena, no sé. Está quemado por eso. Le frustra. Quiere hacer lo que él quiere hacer, no quiere tener que atenerse a las normas de un “puto inmigrante”, como él dice.

–Sabe que la familia de El Loa lleva aquí como dos siglos casi, ¿no? –dije, arqueando la ceja.

–No creo. Y, aunque lo supiese, le daría igual. Es así.

–De acuerdo. Bueno, ¿qué van a hacer esta noche?

–Van a ir al puerto a recoger un contenedor para los Estibadores. Tim y Matt son parte del grupo que va de su parte. Quieren deshacerse de ellos y llevarse a las mujeres que va a haber dentro.

–¿Y qué van a hacer con ellas?

–Alejandro tiene contactos que nos van a ayudar a controlarlas –confesó el chico.

–Me dais asco –dije, cogiendo la muñeca del joven y arrastrándole hasta mi armario empotrado.

Dentro de él tenía una barra de acero precisamente para estas situaciones.

–¿Y qué quieres que hagamos? ¿Conseguir un buen empleo? ¿Cómo?

–A mí –gruñí mientras esposaba a Sammy– me da igual lo que hagáis mientras dejéis a la gente en paz. ¿Dónde y cuándo van a llegar?

–La nave C-15, a las dos. Lo han cambiado hoy otra vez, para que la policía no se entere de nada y no pueda joder la marrana.

–Vale, genial –dije, encerrándole en mi armario.

No saldría de ahí hasta que yo no volviese.

Asco de gente.

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