Kayyen al~mani rezaba tres veces al día, todos los días de la semana, sobre una alfombra persa tejida en Kabul. Rezaba pidiéndole a Dios que expulsara a los shorawi, de una vez por todas, del triste país que habían dejado a su paso.
Kayyen se levantaba temprano, a las 7, preparaba un té y contemplaba durante una hora la televisión apagada. «los shorawi abandonan Afganistán» imaginaba. Encendía la television a las 8 menos cuarto, justo a tiempo para el telediario. «La ocupación de Afganistán se lleva 20 vidas y desencadena una nueva oleada de refugiados». Kayyen apagaba el televisor. Quizás mañana. Quizás algún día oiría la tan esperada noticia y podría regresar.