El miembro fantasma, 2 (El accidente)

Matt se despertó en una camilla dentro de una ambulancia. Los paramédicos estaban haciendo cosas sin parar.

–Ha abierto los ojos –dijo uno, casualmente. Tenía una voz normal. Tan normal que era indistinguible de cualquier otra voz. Podía ser una mujer o un hombre.

–¿Estás bien? –preguntó el otro. Él tenía una voz grave. Era como jarabe de arce para los oídos del bajista.

Para Matt no eran más que borrones.

–¿Qué… qué pasa?

–Ha habido una explosión en un concierto –dijo el hombre con la voz grave y melosa.

–Ah, vale –respondió Matt, aceptando lo que la voz decía sin cuestionarlo.

Volvió a cerrar los ojos.

Los volvió a abrir en una habitación blanca y brillante.

Matt miró a su alrededor, con los ojos entreabiertos, parpadeando frecuente y violentamente. Era como estar dentro de una estrella. Tenía el brazo derecho enganchado a un goteo, de manera que no lo podía mover bien. Se llevó el brazo izquierdo a la cara para frotarse los ojos.

No había nada sobre su cara.

Lo intentó de nuevo.

No consiguió nada.

Se incorporó un poco y se miró al brazo.

No veía nada salvo las sábanas y la cama.

Parpadeó fuerte, como si eso fuese a hacer que su brazo volviese. No hubo suerte.

Lo intentó otra vez.

Tampoco.

Empezó a respirar rápido y ponerse nervioso.

–¿Estás bien? –preguntó Kirby, saliendo de una habitación. A juzgar por el sonido de la cisterna, era el servicio.

Matt no respondió.

Kirby volvió a preguntar a Matt si estaba bien, sentándose a su lado y sonriendo lo mejor que podía.

–¡Obviamente no, joder! ¿Dónde está mi brazo? –chilló Matt tras un corto y tenso silencia.

–Shh. No chilles, que son las dos de la mañana. Todos los que están aquí están dormidos –siseó Kirby, agitando las manos.

–¿Dónde está mi brazo? –repitió Matt.

–No… no lo sabemos. Creemos que se desintegró al reventar el ampli –explicó Kirby con el mismo tacto que un estropajo oxidado.

La cara de Matt se deformó. Una parte era incredulidad, la otra tristeza y el todo resultaba, simplemente, desagradable y deprimente.

–Pero quizás haya suerte –añadió al ver la expresión de Matt.

Los amigos se quedaron callados durante un tiempo. Matt no tenía palabras. Kirby estaba perdido y no quería asustar más al bajista.

–Ahora vendrá Samia. Se ha ido a cenar –continuó Kirby intentando acabar con el silencio–. Al parecer hay un restaurante veinticuatro horas por aquí. Yo iré ahora. No… no queríamos dejarte solo.

Matt murmuró una respuesta ininteligible.

–Mira, tío, no te preocupes, voy a estar contigo aquí hasta el final –sonrió Kirby.

Matt volvió a mirar al lugar donde, unas horas antes, había estado su brazo. Kirby empezó a decir cosas. Matt le oía como si estuviesen a doscientos mundos de distancia el uno del otro. La puerta se abrió y cerró. Samia entró y saludó a Matt.

–¿Qué tal estás?

Matt la fulminó con la mirada.

–Descontando lo del brazo, claro –dijo la chica, con una sonrisa partida adornando sus labios.

–Pues, si no tengo en cuenta que he perdido el brazo, estoy genial. Vamos, ojalá estuviese así todos los días.

–Perdona, no sabía qué decir –respondió Samia, mirando al suelo.

La habitación se hundió en un horrible silencio una vez más.

Al cabo de lo que pudieron ser dos minutos o dos vidas, Kirby se levantó.

–Voy a tomar algo, ¿vale? Volveré enseguida.

El guitarrista salió algo más rápido de lo que debiera.

–Mira, si no te importa, voy a dormir un poco, ¿vale? –dijo Matt al cabo de un rato, mirando a la pared.

–No, claro, adelante –sonrió Samia.

La chica se sentó al lado de Matt y le miró mientras se quedaba dormido. Cuando se durmió, Samia metió la mano en su bolso y saco un libro. Leyó mientras esperaba a Kirby. Cuando, finalmente, su novio llegó, se sentaron en el sofá y durmieron con Matt.

Por su parte, Matt no soñó con nada. Por primera y última vez en años, durmió sin soñar.

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