Vigilancia, parte 19

En uno de mis paseos al baño, garabateé una runa en la mesa central del local, para poder oír como era debido todo lo que se dijese en el bar.

Suzette y yo habíamos estado intercambiando mensajes con el busca y el teléfono todo el rato.

Ella me había contado que sus compañeros habían estado intentando averiguar por dónde y cuándo iba a entrar un barco cargado de mujeres. Pero, por lo visto, los Estibadores habían estado cambiando el lugar de atraque para evitar que los agentes les pillasen.

Yo, por mi parte, le comenté lo que había descubierto de Alejandro y Sammy.

–¿Estás seguro de eso? –preguntó Suzette desde su oficina.

–Completamente.

–¿Y si es solo, no sé, coincidencia?

–No creo –respondí, jugueteando con el cable del aparato–. Hoy voy a averiguar por qué lo hicieron.

–¿Cómo lo vas a hacer? –dijo Suzette, un poco asustada.

–Como haga falta –contesté, acariciando las cachas del Auto.

No era la primera vez que sacaba una confesión con técnicas de interrogación mejoradas. Si sabías hacerlo, era bastante eficiente.

–No hagas nada de lo que te puedas arrepentir, cariño –pidió mi pareja.

Me quedé callado unos segundos, pensando.

–De acuerdo –terminé–. Gracias.

–De nada –sonrió ella, más tranquila, al otro lado de la línea.

–¿A qué hora vas a llegar hoy? –dije, cambiando de tema.

–Temprano. ¿Tú?

–Depende de lo que saque hoy en claro –confesé–. Lo siento.

–No pasa nada.

–Iré en seguida. En cuanto termine, ¿vale? Te lo prometo.

–Vale.

–Te despertaré en cuanto entre, que sé que te encanta.

–Hazlo y te disparo –contestó mi pareja, riéndose un poco.

El problema con lo de dispararme es que podía hacerlo porque ambos sabíamos que no tenía ninguna consecuencia.

–Hasta esta noche, cariño. Te quiero mucho –sonreí.

–Yo también. No vuelvas muy tarde.

–No, no te preocupes. Mañana te llevo a la comisaría también, ¿vale?

–Gracias.

–De nada –contesté.

Me quedé unos segundos escuchándola respirar antes de colgar.

Era duro, pero podíamos hacerlo.

Volví a mi mesa y pedí una cerveza y unas patatas.

Dos bebidas después, entraron Tim y Matt, los camaradas de Sammy.

Me encogí en mi asiento y calé el sombrero, haciéndome el dormido.

Si le preguntasen al camarero detrás de la barra si estaba dormido de verdad, podría decir que probablemente. Después de todo, llevaba casi seis horas en el bar bebiendo como si no hubiese mañana. En algún momento tendría que dormir la mona.

Discretamente, me comí el papelucho hermano al que había dejado en la mesa central, curiosamente, la que habían elegido los asesinos.

No me lo había comido antes para no estar oyendo todo el ruido de fondo por duplicado. Era un poco incómodo cuando estabas en el mismo sitio.

Los tíos estaban discutiendo acerca de si debían o no declarar sus ingresos de ese año.

–A ver, es dinero sucio, tío. Es de gilipollas declararlo –explicó Matt, el que parecía ser el jefe de los dos.

–Ya, pero no declararlo es evasión fiscal. Me lo ha contado mi cuñado, que es abogado de impuestos o como se diga.

–Ya, ¿pero qué crees que van a hacer si declaras algo, sogilipollas?

–Pues me dijo que no pueden hacer nada. Se supone que hay confidencialidad.

–¿Y? Es Hacienda, esos cabrones van a mentir lo que haga falta para jodernos –saltó Matt, un tanto frustrado por su compañero.

En realidad, Tim tenía razón.

Técnicamente, Hacienda no debiera comunicar nada a la policía. Técnicamente. Eso no significaba que no pudiese hablar con la policía de las consecuentes auditorías.

Es decir, si le decías a Hacienda que habías ganado siete mil ukus en un mes por tráfico de clavos, ellos podían hablar con tus clientes para contrastar que, en efecto, lo habías hecho. Después de eso, Hacienda podía mencionarle al departamento de policía lo que el testigo había dicho.

Así pues, Tim tenía razón. También, era lo inteligente si sabías que te iban a pillar. Así el juez no añadía evasión de impuestos a tu condena. Aunque, pasase lo que pasase, uno estaba bien jodido por lo que fuese que había hecho.

–Pero me dijo que era peor no declararlo.

–¿Y? ¿Acaso lo vas a hacer? –contestó Matt, frustrado y frotándose la sien y la mejilla derechas.

–¡No, claro que no! Pero me parecía que era algo curioso de lo que hablar –respondió Tim, encogiéndose de hombros.

–¡Joder, pues haberlo dicho!

–¡Pensaba que se entendía! –rio Tim.

En condiciones no tan… distintas a las normales, probablemente habría apreciado la naturaleza traviesa, supongo, de Tim.

Pero no era un día normal.

Barajé incorporarme y sacudirles con la culata del Auto hasta que no pudiesen moverse más.

Sin embargo, antes de levantarme, entraron Alejandro y Sammy. O, como le llamaban Tim y Matt, Samuel o “Sonrisas”.

Tenía sentido. El latikano alardeaba de sus fundas bastante.

Me contuve y me quedé en el sitio.

–Entonces, está muerto, ¿no? –susurró Sammy, sin molestarse en mirar a su alrededor.

Parecía que “La cabeza roja” era un lugar seguro para Sammy y sus colegas. Al menos, eso pensaban.

–Sí, y no gracias a ti, cabrón –contestó Tim, dejando su vaso de cerveza de mala manera sobre la mesa.

Sammy se encogió de hombros y se miró al ombligo, medio avergonzado.

“Con razón estás así, desgraciado”, pensé, bufando en silencio.

–Entonces hay vía libre, ¿no? –dijo Alejandro, rascándose el brazo, como un adicto con el mono.

–Debería, sí –confirmó Matt, repantingándose en su silla y sonriendo.

Me removí un poco e hice como que me despertaba.

En realidad, lo que quería era comer unas patatas para evitar levantarme y partirles las piernas a los cuatro cabrones que tenía delante de mí.

–Entonces está todo preparado para esta noche, ¿no?

–¿Esta noche? –preguntó Sammy, incorporándose un tanto desconcertado.

–Claro, ¿cuándo pensabas que era? –rio Matt como solo un Estibador frustrado podía hacerlo.

–¡Me cago en la puta! ¡Pensaba que era mañana! –siseó Sammy.

–¿Por qué?

–¡Coño, la noche del quince! –explicó.

–Eso es hoy –contestó Alejandro, mirando a su amigo.

–¡No, coño! ¡Hoy es catorce! ¡Es la noche del catorce!

–¡Qué gilipolleces dices, joder! A partir de las doce, es la noche del quince –explicó Tim, riéndose a violentas carcajadas.

–No sé, yo siempre había pensado que era como decía –contestó Sammy dando un trago largo de su bebida.

–Hombre, si no, no lo dirías, ¿no? –contestó Tim, mirándole con una sonrisa prepotente.

–¡Anda y que os jodan! –gimió Sammy, levantándose y yéndose.

Decidí seguirle y recordarle lo que había hecho.

Ese cabrón no se merecía una conciencia tranquila.

Ya le sacaría en un momento dónde se iban a reunir sus amigos y él por la noche.

Lo importante era que recordase su cagada.

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